Esto es un asalto (2)

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Es fácil predecir que, durante las semanas siguientes a este primer asalto de metodología novedosa, se suscitaron más atracos "a boca armada", como le llamó la prensa.

    Como medida de protección, la policía informó que todos los establecimientos usurpados de esta manera serían clausurados inmediatamente después de que fueran atacados. Además, las víctimas permanecerían aisladas dentro del establecimiento durante 40 días.

    Esta última medida fue apreciada como radical, ya que ninguna víctima sabría a ciencia cierta de dónde vendrían las provisiones de alimentos, bebidas, productos de higiene personal y femenina, medicamentos, o cualquier producto necesario para la subsistencia humana.

    -Pero, oficial -dijo un joven al que encerraron en una papelería-, el período de observación es de 14 días, no de 40.

    -Mire, joven -respondió un oficial de cuya placa colgante del pecho se leía "O. LOPEZ"-, lo que aquí pasa es lo que viene siendo una precaución, como medida de protección preventiva. Alguien de su edad quizá no entienda, pero échele ganas, joven, de aquí pa' 40 días no va a saber ni que pasó 1 día siquiera.

    Prontamente hubo una manifestación por parte de aquellas personas que sentían la tácita amenaza a sus negocios, por lo que la Secretaría de Salud salió a callar a la turba con una frase nunca antes pronunciada por una agencia gubernamental: "Trabajaremos y solucionaremos el problema".

    Acto seguido de este anuncio, la agencia policiaca asignó a un equipo liderado por 2 oficiales, que, curiosamente, han sido los protagonistas de esta historia, y ese equipo se encargaría de diseñar una estrategia para hacer frente a esta creciente ola de violencia.

    -En la madre, Güicho, y nunca pensé que llegaría este día.

    -Si aquí en el rancho pasan cosas bien raras. ¿Cuál día, gordito?

    -El día en que nos pusieran a jalar.


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El sonido del timbre alteró a las personas de aquel hogar. ¿Quién timbra en pleno siglo XXI?

    -Somos la policía -se alcanzó a escuchar dentro de la casa.

    Con cierta reluctancia abrió la puerta un señor ojeroso, de pelo seboso y bata más bien negra que blanca. Detrás de él estaba su familia, que usaba al señor como escudo protector.

    -¿Diga? -preguntó él.

    -Buen día, señor, tenemos unas preguntas que hacerle. Somos los de la policía.

    -No veo su placa, oficial.

    -Ahí está en el carro, no se preocupe.

    El señor quiso confiar en el oficial, pero no pudo convencerse de que no debía preocuparse, por lo que siguió escudándose tras la puerta.

    -¿Qué se le ofrece?

    -Soy el oficial López, este es mi colega, el oficial Villagómez.

    Hubo un silencio. Quizá esperaban estos oficiales que, con su presentación, el señor se sintiera más en confianza, o quizá un aplauso sonaría tras la puerta, pero nada pasó.

    -Estamos haciendo un operativo -continuó el oficial López-. Seguramente ha escuchado de que andan unos chavos asaltando que con que traen Covid y que con lo otro y esto y aquello, total, ni a quién creerle.

    El señor confirmó esta suposición con un movimiento de su cabeza.

    -Entonces lo que estamos haciendo aquí es básicamente lo que es un cuestionario. Son unas preguntitas nomás, para que nos regale unos minutitos.

    -Claro, dígame.

    -¿Ha asaltado usted algún establecimiento recientemente?

    La pregunta sorprendió al señor, pero no como los oficiales esperaban.

    -No -respondió él.

    -Bueno, gracias, que tenga buen día.

    Con media vuelta, los oficiales se dirigieron hacia una casa vecina, repitieron el protocolo y les repitieron la misma respuesta que otorgó el primer señor cuestionado: "No". Al cabo de 30 minutos habían terminado con cerca de 200 casas y aprehendido a 0 personas.

    -Ya me cansé, Güicho, nadie dice que sí.

    -Ni qué le hacemos, gordito, parece que por aquí no vive ninguna asaltante. ¿Le damos a otra colonia?

    -No, no, 'pérate, ya fue mucho por hoy.

    -Entonces le seguimos mañana en la mañana.

    -Hoy juega la Raya, Güicho -con una mirada de compasión López volteó a ver a su colega-, mejor le seguimos en la tarde, ya sin la crudita.


9

-Ya no tenemos comida.

    -¿Nada?

    -Nada.

    -¿Y qué procede?

    -Pues, está don Mayro aquí en la esquina...

    -Nambre, mira todo lo que ocasionaste por andar improvisando y quieres seguir con tus pendejadas. Y aparte a don Mayro no me le vas a hacer nada.

    -¿Y qué quieres que haga, Ramírez? ¿De dónde saco comida?

    -No sé, de donde quieras.

    -Pues te estoy diciendo que de la taquería.

    -No. A don Mayro me lo dejas en paz y punto.

    -De algún lado necesitamos conseguir comida.

    -Pos a ver de dónde la sacas, cabrón. Ya está todo cerrado por tu culpa.

    -Como quiera no es muy seguro que andemos ahorita en la calle. ¿Ya oíste lo que dijo La Lic?

    -¿Qué cosa?

    -Dijo hace rato en las noticias que la policía anda con un operativo para hallar a los "vándalos" que andan asaltando.

    -Pues no hay bronca, ¿no? Ya ni hemos asaltado, como quiera.

    -Sí hay bronca, Ramírez.

    -¿Tienes miedo o qué?

    -Al parecer los policías están yendo a las casas para buscar a las personas culpables.

    -¿Qué? ¿Cómo? ¿O sea que van a venir a mi casa?

    -A nuestra casa, número 1. Número 2, eso es todo lo que escuché, que es parte de una nueva estrategia que la policía nunca había usado.

    -¿Y toda la ropa que dejaste ahí tirada?

    -Ramírez...

    -Con que no entren a mi casa no hay bronca.

    -No creo que entren. Aparte, estamos infectados. Cuando nos escuchen hablar les va a dar miedo y se van a ir.

    -...

    -...

    -¿Timbraron?

    -En la madre.

    -¿Qué?

    -Son 2 policías.

    -Ni de pedo. ¿Qué quieren?

    -Pos no sé, Ramírez, no les he preguntado.

    -Ni de pedo. Ya nos torcieron. Ya valió madre. Te dije que--

    -Cálmate, ahorita nos zafamos.

    -¿Y si no? ¿Si nos llevan a la cárcel?

    -No nos van a llevar a la cárcel. Además, si nos llevan, mínimo ahí tendríamos comida.

    -Nos van a dar engrudo o chicle con pasta de dientes, no inventes.

    -Mínimo es comida, pero no hay pedo, Ramí--, amor... tranquila.

    


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-Parece que no hay nadie, gordito- dijo el oficial Villagómez pegando un oído a la puerta-. Como quiera, lo más probable es que digan que no fueron ellos.

    Casa tras casa, durante 3 horas, los oficiales habían preguntado incesantemente "¿Ha asaltado usted algún establecimiento recientemente?", y de la misma manera les habían respondido: "No". Esto devastaba la esperanza de aquella dupla, porque cada respuesta negativa significaba caminar hacia otra casa, timbrar, decir las mismas palabras, hacer la misma pregunta y recibir la misma respuesta.

    -Pues es que, Güicho, ¿qué pasó con la honestidad? La gente se ha hecho bien mentirosa, y luego uno intenta--

    El oficial López vio interrumpido su comentario por el sonido de la perilla girando. La puerta se abrió muy despacio y solo dejó entrever la mitad de la cara de un hombre. Comenzó el mismo López con el protocolo y llegó la tan ya conocida respuesta negando la criminalidad de aquellas personas.

    Dando media vuelta la pareja de oficiales se dirigió a su vehículo, bajo la mirada vigilante de aquel hombre que estaba dentro de la casa. No cerró la puerta porque quiso asegurarse de que se fueran para no volver nunca más. Triste caso, porque el oficial López volteó a buscar al hombre que recién interrogaron.

    -Joven, se me olvidó preguntarle -el ojo que se asomaba por la puerta se quedó inspeccionando al oficial que lanzó el comentario-. ¿Unos taquitos buenos por aquí cerca?

    El hombre sacó su mano por el pequeño espacio que la puerta creaba y con un dedo señaló hacia un lado de la calle, en donde al final había un anuncio enorme que decía "TACOS DON MAYRO. ¡LOS MÁS RICOS!", y bajo él estaba una casa pequeña que no tenía puerta. En el dintel decía "Pásele, primo" con letra algo borrosa, pero aún inteligible.

    -Ah, no los vi joven -se disculpó el oficial-, ya sabe que con el hambre uno se alenta. Vaya con cuidado.

    Al cerrar la puerta, aquel hombre no pudo ver a los oficiales dirigirse al lugar aquel donde vendían tacos, ni alcanzó a escuchar a uno de los 2 oficiales decir: "Ojalá tengan de tripita".


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-Yo creo que ya no andan por aquí cerca.

    -Ni yo.

    -Aparte ya han de estar cansados, y a estas horas les da el bajón.

    -Son las 5, Ramírez, a mí también me da.

    -Pues sí, pero hay que comer.

    -No sé si la panadería sea la mejor opción.

    -¿Qué otra opción tenemos?

    -Pues ya te dije que los ta--

    -No--

    -Pero no quieres.

    -Lo único que hay alrededor es la panadería y la vulcanizadora. No creo que en la vulca tengan comida.

    -Prefiero ir ahí que con la panadera. Pobrecita.

    -Te apiadas de una vieja cualquiera y de mí no. Ya ni porque no tenemos para comer.

    -Ramírez...

    -Haz lo que quieras.

    -Estás de mal humor porque tienes hambre.

    -Pues es que no chingues. "Pobrecita la panadera hermosa".

    -Nunca dije eso.

    -No, pero lo pensaste, cabrón.

    -No es cierto.

    -Ya mejor dile a ella que te acompañe a asaltar. Ándale.

    -Te voy a acabar asaltando a ti si no te callas y nos vamos ya. Van a cerrar y, ahora sí, valiendo madre.

    -Ojalá cierren para que te mueras de hambre.

    -Ya vámonos, Ramírez.


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-Atención a todas las unidades -decía el aparato que colgaba del hombro del oficial Villagómez-, asalto a boca armada en sector 4 de la ciudad. Se necesitan elementos en lugar del atraco: un banco.

    -Bájale a esa madre, Güicho.

    El oficial López se veía molesto, pero no porque no hubieran aprehendido a nadie, sino porque se había terminado sus tacos, y eso significaba que, nuevamente, emprenderían él y su pareja la visita a nuevas casas para preguntar si esas personas habían cometido un asalto.

    -No le puedo bajar, gordito. ¿Qué si nos hablan?

    -Nadie nos va a hablar, aparte son puros crí--

    -Atención a todas las unidades -repitió el aparato-, asalto a boca armada armada en sector 4 de la ciudad. Se necesitan elementos en lugar del atraco: una joyería.

    -Bájale, Güicho, de veras.

    -No puedo gordito. Aparte estamos en el sector 4, deberíamos ir a atender los llamados.

    -Esos déjaselos a los que no están haciendo lo que nosotros: que ellos también se partan la madre.

    -Atención a todas las unidades, asalto-- no se alcanzó a escuchar el resto porque el oficial Villagómez, en un acto de compasión, le bajó al volumen de su aparato. Era casi inaudible.

    El oficial López se reclinó en el asiento de la taquería. Pareció relajarse un poco tras dejar de escuchar el estrepitoso sonido proveniente del hombro de su colega.

    -Te ves bien derrotado, gordito -confesó el oficial Villagómez.

    -Nambre, Güicho, esto no es lo mío.

    -Anímate, pronto atraparemos a alguien.

    -No, no es eso.

    -¿Entonces?

    El oficial López tomó un respiro que revoloteó las flemas de su hinchado pecho. Con una mirada de nostalgia atravesaba el vidrio que estaba a su lado, mientras observaba a la nada, o al cielo, que parecen ser similares de vez en cuando.

    -Lo mío es estar sentado en una oficina. Descansar en mi silla 9 horas diarias frente a una computadora haciendo como que hago algo y después llegar a la casa para sentarme en mi sillón a descansar porque estuvo buena la joda en el jale.

    El oficial Villagómez no pudo evitar contagiarse de la melancolía palpable en las palabras pronunciadas por su colega.

    -Te entiendo, gordito, pero a veces--

    -SHH, ESPÉRATE -dijo el oficial López aventándose hacia el frente de la mesa para estirarse a subirle al volumen del aparato de su colega.

    -Repito -gritaba ahora el aparato-, asalto a boca armada en sector 4 de la ciudad. Se necesitan elementos en el lugar del atraco: una panadería.

    -Ni madres que van a robarse un pan -sentenció el oficial López mientras salía disparado de aquella taquería.


13

-Por favor, llévense lo que quieran, pero no me tosan, se los ruego.

    -Tranquila, abuela, solo queremos unos bolillos.

    -Y unas donitas también, de pasada.

    -Sí, sí, solo no me hagan daño, se los suplico. Yo cuido a mi nieto y no quiero que--

    -¡Cállese! Ya le dije que no vamos a hacer nada.

    -Páseme otra bolsa que en esta ya no caben.

    -...

    -Rey, ese señor de afuera...

    -¡Trae el teléfono en la mano!

    -¡Carajo, nos vio!

    -¡A la chingada los panes, Ramírez! ¡Vámonos!

    -¡Salte tú! ¡Ya voy!

    -Ni de pedo te dejo aquí, amor, si te atrapan me voy contigo.

    -¡Vámonos!

    -...

    -¡Hey! ¡Ustedes! ¡Alto ahí! ¡Es la policía!


14

El oficial López corría a toda velocidad. De hecho, teniendo él una figura parecida a la de una llanta, parecía que rodaba esquivando los obstáculos que se presentaban en su camino: saltó por encima de un perro, se deslizó sobre el cofre de un carro que estuvo cerca de atropellarlo, ignoró el disco rojo iluminado por la luz del semáforo. Era una persecución de aquellas.

    La pareja de criminales topó con el fin de la banqueta y giró en la esquina para incorporarse a la nueva avenida, a lo que el oficial López hizo lo propio, y justo al girar se dio cuenta que estaban un poco más lejos de lo que él pensaba: la pendiente negativa de la calle ciertamente les había beneficiado. Sus cónicas piernas, a pesar de mantener la estructura ósea de semejante coloso, no podrían impulsar su velocidad para estar a la par de la distante pareja. Sin embargo, siguió con su persecución, esperando que las frágiles rodillas no cedieran en el camino.

    Metros más adelante, sobre la banqueta, encontró el oficial López a una mujer abriendo la puerta deslizable de una camioneta van, por lo que se orilló al lado opuesto para esquivarla. Al hacer esto, se percató de que la camioneta estaba equipada para transportar personas en silla de ruedas, y que, alabado sea Dios, había una anciana en silla de ruedas ahí dentro.

    -A'i con la pena, señito -dijo él mientras cargaba a la anciana y la sentaba sobre el borde de la banqueta que da a la calle-, pero esto es un asunto oficial.

    -¿Qué le pasa? ¿Qué no ve que es una anciana? -preguntó sobresaltada la mujer.

    -No te apures, hija, todo sea por la justicia -remató el oficial.

    Bien afianzado de la silla con las manos, el oficial López comenzó a empujarla ferozmente al mismo tiempo que aceleraba, hasta que, en cierto punto, la silla podía seguir su camino por la calle sin la ayuda del oficial. Dejando ir la silla, el oficial aceleró lo más que pudo, y apenas así alcanzó a sacar algo de ventaja a la silla andante.

    Súbitamente, el oficial se aventó sobre la silla y pudo sentarse. Estaba él ahora sobre una patrulla improvisada, justo lo que necesitaba para atrapar a la pareja.

    -¡Deténganse! ¡En nombre de la ley, deténganse! -gritó el oficial con una creciente aceleración-. ¡Alto ahí, bandidos!

    Prontamente el oficial estuvo a pocos centímetros de aquella pareja, que volteaba hacia atrás y miraba una silla de ruedas acercarse cada vez más, hasta que, repentinamente, el oficial López se impulsó desde su silla hacia la pareja, volando unos cuantos metros gracias al impulso que la silla brindaba, y cayó encima de aquel hombre que corría detrás de la mujer criminal. La inercia de la caída fue tal que, mientras el hombre y el oficial se deslizaban sobre la calle, este último alcanzó a afianzarse del tobillo de la mujer que quiso seguir corriendo, pero la pinza que ahora la prensaba detuvo este esfuerzo, por lo que ella cayó sobre la calle derrochando el pan robado, el cual fue molido y embarrado gracias al peso de este sándwich humano.

    -En nombre de la ley, quedan ustedes bajo arresto -exclamó el oficial con una sonrisa omnipotente.


15

A los pocos días recibió el oficial López una visita del gobernador del estado, del alcalde, del  secretario de seguridad, del general del ejército, del jefe de policía; todos iban a felicitarlo, pues desde hacía 18 meses no se arrestaba a ninguna persona por ningún crimen, y él, el oficial López, había roto la sequía al atrapar a aquella pareja que asaltó una panadería.

    Felizmente, el oficial López volvió a su escritorio, movió los ramos de flores, los reconocimientos, las cartas de sus compañeros admirando su trabajo, y se sentó en su vieja silla.

    -Atención a todas las unidades -dijo el aparato que colgaba de su hombro-, asesinato en sector 7 de la ciudad, se solicita-- y no sabremos qué se solicita, porque el oficial López bajó el volumen del aparato.

    -Al fin, Güicho -dijo él-, he vuelto.

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