La calle se llama Venecia, está ubicada en la mismísima ciudad de Monterrey, dentro de mi México lindo y querido. Hay bolsas negras tiradas por aquí y por allá, quién sabe con qué residuos, y quién sabe también quién quiera saber cuáles son, es preferible no saberlo, así que mantenemos nuestra distancia y nos protegemos del fétido olor que se escabulle por las tráqueas de las bolsas, realmente, no queremos andar leyendo mientras apestamos a quién sabe qué. También hay pozos en la calle, que siempre está mojada y tiene pequeños restos de comida, nótese que no dijimos con qué estaba mojada la calle, será mejor que tampoco lo sepamos. Están los carros con la inmunidad de las intermitentes encendidas, los señalamientos, la escoba y el recogedor de dueño anónimo recargados en la reja blanca, el grafiti que dice, Izabel t amo mmitha rik, disculpen la ortografía, nosotras no lo escribimos, y por allá, casi al final, está Güilian, con su puesto de chucherías. No te enojes, Güilian, de verdad que son chucherías, Pos con esto hay pa’ comer y aquí tengo mi coquita pa’ que amarre, nos responde Güilian con pésima redacción, pero le entendemos su argumento, y ofrecemos nuestros servicios de narradora para intervenir cuando no sea así. Cuente con ello.
El transeúnte común mexicano se puede detener por aquí o por allá en su ir y venir diario, y estos detenimientos son realizados para comprar, precisamente, vaya sorpresa, chucherías, como las que vende nuestro queridísimo Güilian. Hay de todo aquí pa’ que se lleve lo que está buscando los tengo de a cinco de a diez de a veinte asté dice de a cuántos se lleva güerito llévele llévele llévele bsbsbsbs. Todo un hombre de negocios. Y no es burla, por favor no nos malinterprete, Güilian vende más que nadie en Venecia. Ha mantenido este puesto por diez años ya, diez años en los que ha visto llegar a otros hombres con puestos de chucherías muy similares a las de él, a los cuáles, en un principio, tuvo que enfrentarse arduamente, pero la facundia de Güilian, de la cual somos testigos unas pocas líneas más arriba, ha barrido a cualquiera que se atreva a desafiarlo. Ah, quizá la escoba y el recogedor de la reja blanca sean los mismísimos que utilizó Güilian para estos menesteres. Brillante. Verdaderamente brillante.
Día con día Güilian se despierta, abre la llave de la regadera para darse un baño con agua caliente, sale y se pone sus más viles harapos, enciende su camioneta, en la cual carga con toda la mercancía, y se dirige a Venecia. Esta decenaria rutina le ha alcanzado para colocar su puesto temprano, platicar con aquel y ese otro taquero, lograr que lo alimenten con las sobras del día anterior sin costo alguno, y aprovechar que aquella estudiante o trabajadora pasa por ahí para comprar el cigarrito matutino, el chicharrón con crema y salsa, la paleta con cobertura de chocolate u otras chucherías, que significan la ganancia del pan de cada día. Bendito sea Dios.
Hoy no es la excepción. Güilian se ha despertado temprano y ha cumplido con el resto de la rutina descrita, y al llegar a Venecia para comenzar a colocar su puesto, se percata de que en el lado opuesto de la calle hay una mujer con un vestir muy formal, en una mano carga con un maletín, mientras que con la otra sostiene su teléfono celular muy cerca de su boca, pareciera que está hablando con alguien, pero si nos acercamos un poco, podremos darnos cuenta de que está tomando notas, Tiburón llega para colocar su puesto, comienza su trabajo en punto de las siete. Claramente, Güilian no sabe que la mujer dijo esto, solo levanta el oído en un escuálido intento por descifrar qué es lo que se dice de él al otro lado de la banqueta, Pos que se deje caer la pinche güerita esa a ver si bien Yeins Bon.
Dan las ocho y la mujer sigue ahí, parada, hablando con su celular, pero a Güilian no le importa, él está trabajando. Su primera venta la realizó a las siete con cuarenta y siete, cuando aquella estudiante de medicina se acercó con él para comprarle el cigarrito matutino, a la cual le siguió la mamá luxándole el brazo al niño que imploraba por un dulce y una paleta, pero nada le fue dado. Así continuaron una que otra cliente, todo esto observado por la mujer, quien ahora comienza a provocar algo de interés en Güilian, Se estará echando su taquito de ojo. Ay, Güilian, claro que sí.
Llévelo llévelo lo que busca aquí lo tenemos lleve el dulce el mazapán la paleta el cigarro la coca de a cinco de a diez de a lo que busque aquí se lo llevaaaaa. Brutal. Se acercan una pareja de estudiantes, tres hombres después de haber comido diez tacos cada quien, dicen que un postrecito sí se llevan, la misma mujer que venía luxando el brazo de su hijo, pero ahora le luxa el otro, una anciana, un hombre en silla de ruedas que dice que se está yendo por la banqueta, que nos hagamos para allá, y la comadre de la anciana que dijimos en la línea anterior. Todas estas personas se llevan algo del puesto de Güilian, cosa que amerita una nueva nota por parte de la mujer, Tiburón arrasa, vende cerca de ciento cincuenta pesos en aproximadamente veinte minutos, si continúa así, venderá casi dos mil pesos para el medio día. La cantidad es sorprendente, sobre todo, tratándose de un puesto de chucherías. Excepcional trabajo por parte de Tiburón, o Güilian, quien siguió promocionando sus chucherías a lo largo del día, Pásele que de aquí lo tenemos de aquí sí lo hay de aquí se lo lleva pásele vea sin compromiso y de aquí se lo llevaaaa. No fueron diez, veinte, ni mucho menos cincuenta personas las que le compraron a Güilian, sino ochenta y tres personas las que depositaron su confianza en este hombre. Al irse la última persona, Güilian comenzó a montar todo en su camioneta, el día había acabado. Recordó a la mujer y la buscó, pero no estaba ahí.
Al siguiente día, Güilian llegaría a Venecia listo para colocar el puesto, estarían las bolsas negras, no sabemos si son las mismas pero pareciera que sí, estaría la calle mojada, la escoba y el recogedor con el que Güilian se afianzó como el único vendedor de chucherías de Venecia, y todo sería igual que el día anterior. Pero no será así.
Desde donde nos encontramos podemos ver que hay un vehículo en donde Güilian pondría su puesto, también que no hay nadie al volante, sino que hay alguien en el asiento de atrás, y es una mujer. De hecho, es la misma mujer que ayer pareciera haber espiado a Tiburón, y fuma un cigarrillo con la ventana abierta, por la cual se deshace de la ceniza, está muy bonito el carro como para que nos lo anden ensuciando.
Al girar para entrar a Venecia, Güilian se da cuenta del estorbo, y reconoce a la mujer en el instante. Llega al fondo de la calle, el cual permite maniobrar una vuelta de ciento ochenta grados, y que se coloque justo detrás del vehículo, Pachingarasumadre güerita, grita Güilian con media cabeza asomada por la ventana de su camioneta, pero la mujer ni se inmuta, ni tampoco lo hizo cuando, segundos después, Güilian empuja el volante por el centro para hacer rugir el claxon del vehículo, haciendo caso omiso a los señalamientos que indican la prohibición del uso de dicho dispositivo, estamos cerca de un hospital, Güilian, respeta.
Parece ser que Güilian escucha nuestro reproche, porque se baja de su camioneta y se acerca al vehículo para intentar dialogar con la mujer, su facundia de vendedor quizá pueda ayudarle a vender la idea de que ese lugar le pertenece, Buenas, le dice a la mujer, Suba al auto, responde ella mientras exhala el humo de su cigarrillo por la pequeña abertura de la ventana, Chingá chingá, Vengo a negociar con usted, señor Güilian, Quién te dijo mi nombre, Suba al auto, le aseguro que se lo diré todo, y no se preocupe, llegará a tiempo para vender. Güilian estudió un poco a la mujer, y sopesó los posibles resultados de acceder subirse al vehículo, Bueno pos dale pa’ delante y deja muevo la troca pa’ que no me ganen el lugar, Entre más rápido nos vayamos es mejor, Ora, sentenció Güilian, quien rodeó la parte trasera del carro, abrió la puerta y se sorprendió cuando no vio ninguna conductora, Ta’ bueno el Uber, Entre, señor Güilian, el vehículo se maneja solo, Supinchemadre, remató Güilian mientras subía y cerraba la puerta.
El carro comienza a moverse, y Güilian alcanza a despedirse de sus amigos taqueros, hoy no lo alimentarán. Al perderlos de vista, regresa su concentración al carro y comienza a observar qué es lo que hay dentro del carro, sin dejar de sorprenderse por la autonomía del vehículo, y el mismo recorrido de escrutinio lo lleva a observar de cerca a la mujer, quien se sienta en la esquina opuesta del asiento trasero. Trae puesto un saco blanco encima de una camisa color negro, lo cual combina con su falda blanca, que se deja caer un poco más abajo de las rodillas. La mujer está viendo hacia el frente, atentamente visualizando el camino, percibiendo el escrutinio de Güilian, lo cual le genera un poco de incomodidad, pero nuestro querido protagonista no tiene otras intenciones, solo quiere conocer dónde y con quién se encuentra. Señor Güilian, dice la mujer, intentando socavar la incomodidad, durante las últimas semanas lo he estado siguiendo de cerca, he visto su desempeño en este negocio, si es que eso se le puede llamar, Pos claro que es negocio, responde Güilian un tanto altivo, Le decía que he visto su desempeño, y, si soy sincera, le confieso que he quedado sorprendida, es raro ver a alguien que monopolice un sector en este tipo de profesión, Profesión, Sí, señor Güilian, profesión, Qué profesión, Nosotras la llamamos la profesión del mercachifle. Los ojos de Güilian se abrieron tanto que parecían bocas a punto de regurgitar indignación, Ni madres que un mercachifle yo soy un hombre de negocios, Usted vende chucherías en la calle, señor Güilian, Y luego, Es decir, usted comercializa baratijas, chucherías, y eso lo convierte a usted en un mercachifle, con todo el respeto que usted merece, Pa’ eso me subiste mejor miéntame la madre mientras armo mi desmadre pa’ empezar a vender, No es por faltarle al respeto, es simplemente la jerga que utilizamos para referirnos a personas como usted, La qué, Jerga, Ah, La manera de hablar que usamos las personas como yo, Y quienes son las personas como tú, Verá, soy parte de una compañía donde manejamos personas que se dedican a lo que usted hace, nos encargamos de reubicar mercachifles con la intención de generar mayores ventas, Así nomás, Claro que nosotros nos llevamos una pequeña parte de sus ventas, Cuánto, Cincuenta por ciento, Ni mergas, No he terminado lo que quiero decirle, Les doy el 10 y les fue con madre, Permítame terminar, Tengo diez años vendiendo en ese mismo lugar y ni de pedo vendo como para andarles regalando la micha, Usted no vendería en el mismo lugar, Achingá pos pa’ dónde, Queremos que usted venda en Venecia, Ya estoy en Venecia, Quiero decir Venecia, Italia. Güilian, incrédulo, empujó la cabeza para atrás, asestando fuertemente el vidrio, pero el dolor pareció no tener cabida en su atención y le dijo a la mujer, Güerita eres puritititito pedo, No, señor Güilian, no intento engañarlo, como le mencionaba, buscamos que usted incremente sus ventas y que nos comparta una parte de ellas, La mitad querrás decir, Así es, Nambre tú güerita la mitad no se va, Cuánto está dispuesto a ceder, El diez sí se va, Cuarenta por ciento, Tss échame la mano y te pongo el veinte, No puedo reducir mucho el porcentaje, por órdenes de la empresa, Ira ni tú ni yo, dijo Güilian mientras extendía su mano para cerrar el trato, El treinta. La mujer observó a Güilian mientras pensaba en cómo sus superiores podrían reclamarle el bajo ingreso que acapararían de las ventas de este hombre, aunque, fácilmente, ella podría argumentarles que se trata de un hombre que negocia, y debería esperarse que existan regateos en cuanto a la tarifa, además de recordarles que sus compañeras habían pasado por procesos similares. De acuerdo, señor Güilian, el treinta por ciento será para nosotras, usted se quedará con el resto, Ya siso el guiso güerita. Un fuerte apretón de manos cerró el pacto.
Después del apretón de manos fue que Güilian se dio cuenta de que estaban en Venecia, la calle, por supuesto. Sorprendido, volteó a ver a la mujer, a quien le preguntó por los detalles de su nuevo trabajo, Mañana lo recogemos en punto de las 7, no olvide su pasaporte, Qué hago con mi puesto, Tráigalo, también su mercancía, Ya dijo.
Güilian se baja del vehículo y se despide de la mujer, Esté tranquilo, señor Güilian, usted será el mejor mercachifle de Venecia, de hecho, ya lo es, solo habrá que hablar de Venecias distintas, Tú vienes también güerita, Sí, yo estaré a cargo de su desarrollo, algo así como su representante, Pura chingonada, la mujer rio entre dientes, para después despedirse de Güilian, quien solo veía como el carro se alejaba, olvidando que su puesto no estaba listo para comenzar a vender. Eran las ocho con treinta, una hora y media de retraso en su trabajo, ya se le había juntado una clientela donde normalmente ubicaba su puesto, por lo que lo armó lo más rápido que pudo y comenzó con su labor, pensando en lo que debía empacar.
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