Los objetos de la cocina

Ahora me encuentro en la cocina, con un brazo sobre esta mesa y el otro no tengo idea de dónde esté,
no lo veo. Alrededor de mí sé que hay algunas cosas cuyo hábitat natural es la cocina, y hay otras que
recuerdo que estaban desde la última vez que estuve aquí cuando aún podía ver, aunque, por
naturaleza, si es que las cosas pueden tenerla, y si es que el hábitat en el que se encuentren,
naturalmente, se percata de que hay algo que se encuentra plácidamente dentro de sí, la cocina no sea
precisamente donde deberían ubicarse. Entre estas cosas recordadas, destaco cuatro que tienen un
valor espectacular para mí. 
La primera es una manualidad hecha por la que supuestamente es mi hija, y no digo que mi hija no sea
mi hija, sino que la persona que la hizo, a la manualidad, claro está, sea verdaderamente mi hija. La
pasta que rodea la hoja con su brillantina plateada no me parece que represente a mi estirpe, y quizá
hablo por mí cuando digo esto. No soy una persona con mucha femineidad, ni tampoco creo que la
brillantina sea algo característico de las mujeres, puede pasar un hombre con algo de brillantina por el
codo y le diría, Señor, tiene brillantina en el codo, y él diría, Lo sé, y sería todo. Lo que me hace dudar
de que ella sea la autora de dicha artesanía infantil es el origen de querer hacerla, que de ella hayan
salido las palabras Maestra, deme la pasta cruda y la brillantina, sería inaudito pensar que una niña con
tan poca edad haya sido bendecida por dios de dicha manera. La espectacularidad de su valor recae
en el simbolismo familiar que normalmente suele otorgársele a aquello que esté hecho por el
descendiente de su padre y su madre, y, para no quedarme atrás, me forcé a enamorarme de dicha
artesanía. La considero brillante.
La segunda es una fotografía de dios, el padre, el hijo, el espíritu santo, el que sea, al final, dice
la biblia, los tres son el mismo, vaya embrollo ese, ni quién entienda. Desde mi accidente solo he
pensado en esa fotografía, o dibujo hecho fotografía, porque nadie nunca les ha dicho a los tres,
Pónganse para la foto, o bueno, eso creo. El simple existir de esa precisa fotografía en este preciso
lugar me parece un tanto inservible. Qué puede vigilar en la cocina, un incendio, la comida
sobrecalentada, el cronómetro del microondas, qué va, todo está medido, cuando alguien cocina cocina,
y nada más. A veces he pensado en tirarla a la basura o traerla conmigo, de cualquier modo, no creo
que note la diferencia. Me dicen que no debo hacerlo, que dios siempre ve todo, aquí es donde pregunto
Cuál de los tres, a lo que me dicen que el padre, y termino diciendo que dios está en todas partes, y
que si es así, deberá estar en el basurero, en la casilla electoral, en los casinos, en el lugar donde me
accidenté, entonces no creo que haya problema con que me vea desecharlo por el basurero de mi casa,
acabando en el municipal. Creo que sí la tiraré a la basura, me trae malos recuerdos pensar en esa
imagen y lo que representa. Así dios lo quiso, Dios sabe por qué hace las cosas, Las mejores batallas
las da dios a sus mejores soldados, fue con lo que me consolaban cuando tenía las vendas, cuando no
podía ver a nadie a los ojos y solo escuchaba tremenda insolencia. Por qué lo quiso así dios, De verdad
sabe él por qué me hizo esto, Por qué me hizo parte de su ejército. Pavadas.
La tercera es una fotografía familiar de esas que toda persona tiene. Ese día fue un auténtico diluvio,
aunque se suponía que ya no habría más. Parecía que la lluvia estuviera molesta, parecía que hubiera
tenido misericordia de los aquí habitantes, y que en ocasiones anteriores se hubiera hecho de la vista
gorda, Suficiente, dijo la lluvia, y no hubo más perdón. Corrimos empapados al estudio. El tramo era
corto del estacionamiento a la puerta, pero la lluvia siempre atemora y pretendemos apurar el paso
para evitar mojarnos, aunque muchas veces solo gesticulamos así con el cuerpo como para hacernos
creer que de verdad somos más rápidos y que de verdad nos mojamos menos. Pobres tontos.
Recuerdo que ese día dije que quería ver la foto en cuanto antes, quería ponerla en la cocina como un
recuerdo que no debo olvidar, como esos que te vienen a la mente sin saber el por qué, con la ligera
diferencia de que en este caso sí se sabe  el por qué del recuerdo. Ahora que lo pienso, es el antónimo
completo, no es ligera la diferencia. Yo diré que es ligera, me gusta pensarlo así. Las cosas que tienen
un peso lapidante tienden a excluirse en nuestro proceso de pensamiento. En veces las evitamos, que
es lo más frecuente, y en veces las sobrepensamos. Me parece que sobrepensar, el verbo, es fiel
cómplice de las conjugaciones, por eso las alternativas se desvían al pasado y al futuro, y nos muestra,
triste o felizmente, sea como sea que se aprecie, el cómo pudo haber sido, si así lo hubiera querido dios.
La última foto es una mía justo antes de entrar a cirugía. Todavía podía ver cómo la luz del techo caía
sobre mí, aunque era borroso, como si la lluvia todavía estuviera malobrando en mis ojos. La foto fue
una instantánea. Ahí mismo la tomaron, ahí mismo la revelaron. Me dijo la cirujana que la viera, que
quizá fuera lo último que vería, le dije que no era una película, que siempre puedo ver las cosas en mi
mente, que la ceguera me ayudaría para estimular mi imaginación, la cual casi siempre solo estaba
recluida en la esquina de mi consciencia, aportación considerable del trabajo, quien no duda en
discriminar todo aquello que no sea productivo. Deberían de llevarlo a la corte, quizá pensará mejor
antes de discriminar nuevamente. En la foto recuerdo que me acompañaba toda la familia, el gato
estaba ahí también, pareció agradarle mi incómoda posición porque se posó sobre mi pecho y comenzó
a ronronear. Qué vida la del gato, o qué vidas, si tienen siete o nueve, las que sean. Lo quitaron,
naturalmente, y lo echaron a la calle, nadie se preocupó por él porque parecía que sabía el camino a
casa de memoria. Empujaron la camilla, ahora la luz era distante, pero solo por un momento, lo que
duró el trayecto entre luz y luz, en los hospitales, si algo sobra, son focos y rezos. Me detuvieron y
comenzaron a interrogarme. Respondí lo que quise y me pusieron la mascarilla. No tuve muchas
esperanzas antes de que giraran la manivela. Contuve la respiración lo más que pude. La privación me
forzó a jalar una bocanada de aire gigante, así que la anestesia entró de golpe. Cuando veía mis ojos
cerrar, miré a la cirujana, tenía gordas gotas de sudor resbalando por su mejilla, creo que era sudor, y,
con morbo, miré sus ojos, buscaba que me dijeran algo, y, con un diálogo oculto, secreto entre nos,
me dijo, Amén.

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