Lo que significa el número cincuenta

A la orilla del río, Alida de la Barreda esperaba con su caña de pescar el momento del día que le llenaba la panza, para después llegar a casa con la persona que le llenaba la vida. Hacía solo cincuenta días que, por novedosos, tomaron la decisión ella y Malmo, su ahora esposo, de contraer primeras nupcias, a pesar de que habían compartido ya cincuenta años de vida. Durante todo este tiempo, Alida de la Barreda había disfrutado de ir al río diariamente y pescar un inocente pez, el cual, sin saberlo, estaba destinado a saciar las necesidades diarias de la alimentación que la barriga bien exige, por lo que ese día no era la excepción al hábito.
Mientras esperaba, pensaba en Malmo, en que, durante cincuenta años, solo había tenido una discusión con él, esto ocurrido hacía unos años y fue por un terrible malentendido, alegaba Malmo, quien condenaba el comportamiento de su mascota, un burro, que se escapaba por las noches del corral. Este no era el problema, dijo Malmo, el problema fue que se comió el pez más grande que has pescado, esa fue la gota gorda, Cómo me dijiste, preguntó Alida de la Barreda, pobre Malmo, hubiera pensado mejor de la gota. Ese recuerdo, lejos de volverla a enfurecer, solo la motivó a querer atrapar un pez que jamás se hubiera pensado que existía. Y no nos referimos a uno con cualidades sobrehumanas, sobreictícolas, o superiores a cualquier cualidad que un pez de agua dulce pueda tener, porque bien conocidas son las cualidades de los animales de agua salada y se duda que estas puedan ser superadas, sino a uno que pudiera alimentar a este par durante un mes entero, Cuánto tendría que medir y pesar ese pez, preguntaría la curiosa lectora, pero quedaría decepcionada porque respuestas concisas se nos terminaron, así que dejamos que su imaginación responda sus mismas preguntas, con ánimos de entretenerla pensando en medidas, pesos, y porciones del dimensionado pez.
Tengo uno, gritó Alida de la Barreda cuando vio que su caña se doblaba poco a poco, tengo uno, tengo uno. Mientras se esforzaba por sacar al pez del río, la caña alcanzaba una curvatura no antes vista en ninguna otra parte, Madre de cristo redentor, qué pez es este, decía incrédula. De un tirón monumental, alzó la caña sobre su hombro izquierdo y encontró en el aire la simpática mirada de un pez cualquiera, a partir de ahora pescado, a lo que se sorprendió y dudó de su fuerza y de los estragos que el tiempo había conjurado sobre ella. Lo estudió antes de decepcionarse, lo echó en la caja que está por aquí, la cargó como pudo, y, con renuencia, se marchó a casa. Durante el camino, pensó en todo lo que había pescado que no fueran animales, como aquella bota que, alegaba, era de un pirata, aunque los piratas, los de verdad, al menos eso nos dicen, solo andan en agua salada, o aquel resfriado que pescó por pasar cincuenta horas bajo la lluvia esperando a que algún maldito pez tuviera la decencia de gancharse con el suculento anzuelo que dormía al fondo del río, cargando consigo alguna carnada, de la cual se percató era un fraude cuando el metal lo atravesó por la boca y huía del dolor, intento inútil, pues cargaba el anzuelo a todos lados mientras nadaba, hasta que el anzuelo lo cargó a él y poco a poco sus branquias se contraían y le atenuaban poco a poco el brillo de sus ojos. Esta vez no pescaría bota ni resfriado alguno, pues no había rastro reciente de piratas, no llovía, ni tampoco lloverá.
Cuando llegó a casa, vio a Malmo en la cocina, quien ahora se levanta de su silla y saca la tabla de cortar y un cuchillo, listo para hacer su parte del trabajo con el pez, o el pescado, por lo que Alida de la Barreda lo sacó y lo echó sobre la tabla sin voltearlo a ver. No quería recordar su decepción del día de hoy, no quería ver la expresión de Malmo, no quería escuchar los ánimos de él caer al suelo y esparcirse por toda la casa hasta llegar a su habitación, donde las decepciones, aunque comunes, no son bienvenidas. Sin embargo, con extraño, Malmo preguntó, Qué es esto, Lo de hoy, respondió entre dientes Alida de la Barreda, De dónde sacaste esto, Del río, de dónde más, Y por qué brilla, Estará mojado, Solo brilla de la panza. Ante este comentario, Alida de la Barreda volteó sorprendida, sin saber lo que le esperaba, y pudo ver un pequeño resplandor que se veía por fuera en el área ventral del animal. Ábrelo, le ordenó a Malmo. Cuidadosamente, ejecutó la incisión en el pez, o pescado, como diablos se llame, y al abrirlo, ambos voltearon la cabeza cegados por la luz dorada que encontraron en el interior. No resistieron la tentación y, tapándose así con las manos, volvieron la mirada para encontrar que las entrañas del pescado estaban hechas de oro puro. Nadie creía lo que veía, ni el mismo pescado lo hubiera creído, pero estando muerto, es difícil que crea en algo, quizá en la resurrección de los muertos, Para acabar en otra tabla de cortar, es todo, gracias, sentenciaría el muerto. Los ojos de Malmo reflejaban el brillo de lo que miraban, parecían uno solo, Somos ricos, somos ricos, saltaba y gritaba este, no saltes tanto, Malmo, te nos caes y ya no te recogemos. Nosotros, ricos, preguntó Alida de la Barreda, Claro, quién más podría serlo, respondió Malmo, Esto no es nuestro, Al pescado ya no le sirve mucho, ni creo que acepten oro bajo el agua, Yo no dije que era del pescado, Y de quién es, Del agua, Del agua, Sí, del agua, El agua no es dueña de nada, No seas inmundo, el agua es dueña de la vida, No digas estupideces, defendió Malmo, Del agua venimos y al agua vamos, Tengo entendido que del polvo venimos y al polvo vamos, Da igual, al final una no sabe dónde termina, Esas son cosas de anciana loca, Anciana sí, loca todavía no, a menos que me desquicies, Este pescado ya te está desquiciando, Esto no es nuestro y no nos lo vamos a quedar, viejo necio, El pescado es nuestro y todo lo que esté dentro del pescado también, anciana loca.
Así siguieron los argumentos y los adjetivos, hasta que el cielo se tiñó de un rojo grisáceo, empalidecido por el esconder del sol, tremenda vista de la cual Alida de la Barreda se percató al abrir la puerta de su casa para dirigirse al río con el pescado, quien todavía cargaba con el oro dentro de sí. Había ganado la discusión, no habría oro de este pescado en casa suya, jamás atrevería desafiar al agua, pero la victoria vino con sabor amargo, Cómo se siente, diría el pez que se desenganchara del anzuelo, sangrando por la boca felizmente tras darse cuenta de su libertad, quien se dirigiría a casa, contaría su aventura del día y, temerosos, dirían los pececillos, Papá, estuvo cerca, cuídate. Esta tarde, de Alida de la Barreda se había desganchado una parte de su ser tras discutir con Malmo como nunca. Mientras caminaba, pensaba que no era posible que un pedazo de oro pudiera causar tanto daño en la vida, pensaba que al agua había que darle lo del agua, como dijo el otro, al césar lo del césar, pensaba que quizá Malmo no estuviera tan mal después de todo. Llegando a la orilla del río, retomó la simpática mirada del pescado, lo agarró por la boca, se agachó y, antes de sumergirlo y dejarlo a merced de las fuerzas fluviales, se acordó de Malmo, de su tabla de cortar, y del número cincuenta. Giró al pescado, metió la mano por la incisión, tomó un pedazo de oro, echó al animal al río y regresó a casa. Malmo estaba en la cocina.

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